Hay días en que uno no está para nadie, días en que le gustaría desaparecer de la circulación, ser un anónimo perpetuo, pasar inadvertido.
No son días de tristezas, ni días de cabreo, no lo son tampoco de preocupación o estrés. Son simplemente esos días en que uno tiene que echar cuentas consigo mismo y no pensar en nada, fundirse con el paisaje, ver su vida desde fuera, analizar, corregir, acusarse y perdonarse, relajarse y aprender.
Son días de curvas, de carreteras perdidas, sin apenas tráfico, estrechas y recónditas. Carreteras con pendientes, con curvas abiertas y cerradas, pero con muchas curvas. Carreteras de montaña o de llano, interminables en cualquier caso. Ese día no se corre, para eso están los circuitos, no se busca el vértice, no se monta uno en el piano ni se sube el coche de vueltas, sólo se conduce, se disfruta.
Suena U2 de fondo, especialmente la primera época, y se canta, a todo pulmón si es necesario, o se calla, o se ríe o, porqué no, se llora. En cualquier caso sólo se siente. A solas.
Durante esas horas no importa el trabajo, la familia, los amigos, nada. Nada que no sea conducir suave, disfrutar de las vistas, del campo o la montaña, del mar o de los prados. Ese día no se mira, ese día se consigue ver.
El depósito está lleno, y sólo se para si el paisaje, si la vista tras esa curva ofrece un imposible de formas y colores. Durante las tres o cuatro horas de la travesía no se fuma, no se bebe, no se come, sólo se respira, se recarga el pulmón, el corazón, la batería… se vive.Creo que va llegando el momento de uno de esos días.