lunes, 29 de noviembre de 2010

Los "trepas"


“Quien habla mal de mí a mis espaldas mi culo contempla” Sir Winston Churchill

Es inevitable.

Donde hay un colectivo de personas trabajando, hay crítica. Y no siempre constructiva.

No diré que el hombre es un lobo para el hombre, ni que las relaciones humanas son complejas. Eso son obviedades que no merecen desarrollo porque aquí el que más y el que menos ha tenido su experiencia al respecto.

Pero es curioso como hay personas que ceden ante el impulso de su ambición, se creen por encima del bien y del mal y tratan de arrasar el trabajo ajeno con tal de quedarse con un pedazo de su influencia en los jefes.

Se convencen, además, a sí mismos, que lo hacen por el bien de la empresa, por la salvación de la patria, cuando lo único que hacen es incordiar, enredar, enmierdar y tocas los bemoles del personal que no se toca los bemoles, es decir, que dedica su tiempo y esfuerzo en hacer cosas, en cumplir con su obligación de la mejor manera posible.

Suele ser gente lista, sí, pero rara vez son inteligentes. Y suelen tener un ego inflado pero una moral frágil.

Reconozco que siempre tengo instintos de enfrentamiento directo con este tipo de “trepas”, de cantarles las cuarenta y hablarles tan claro como nadie les ha hablado en su vida, de espetarles a la cara lo ruin de sus cotidianas acciones, lo deshonroso de su comportamiento, lo desleal de sus métodos.

Lamentablemente esa suele ser mala estrategia, y mi angelito del hombro derecho siempre me disuade de ponerla en práctica, pero ganas no faltan.

Hace no mucho he visto como cierto individuo machacaba el trabajo de un ejemplar compañero con el único objetivo de hacerse con parte de sus funciones y tomar el control de los temas a decidir o dar curso de decisión. Y he visto como la persona que era agredida sufría un menosprecio de los jefes al juzgar estos, por mediación e influencia de nuestro miserable protagonista, que no había cumplido satisfactoriamente con su obligación. Él que es una referencia para muchos de nosotros, un profesional de primerísima fila, un cerebro privilegiado, un jodido crack. Y ni siquiera levantó la voz para protestar… disciplinado incluso en los peores momentos.

¡Qué ejemplo para los demás, y qué difícil es permanecer quieto en esos casos!

Pero es nuestra obligación no demostrar esos sentimientos, y permanecer hieráticos, inmutables, como si no tuviera nada que ver con nosotros, como si no pudiéramos ser cualquiera de nosotros el siguiente objetivo de la inquina del trepa.

Y aún peor es ver cómo este tipo de gentuza, recupera crédito y confianza cuando demuestran, sistemáticamente, que no tienen ni aptitud ni calidad para llevar a cabo las tareas que se les asignan.

Pero caen en gracia, y poco importan los méritos reales.

Como he comentado en alguna ocasión no me gusta la gente pusilánime, ni los que no saben cumplir con su deber, no me gustan los que andan todo el día protestando, quejándose, malmetiendo o escaqueándose. Detesto a los merodeadores de pasillo, los amiguetes de cantina y cafetería, los cuentachistes de jefes, los lameculos, meapilas y zarrapastrosos.

Porque una de las características más tópica de los “trepas” es metértela mientras te sonríen o pretender ser tus amigos mientras te hincan la daga hasta las costillas. Las hienas siempre sonríen antes de morder.

Espero, deseo y confío en que algún día salga a la luz la verdad sobre el tipo en el que estoy pensando al escribir estas líneas. Aunque me temo que no, que eso nunca terminará de ocurrir porque los “trepas” parecen tener una especie de patente de corso que les hace invisibles a la justicia.

¡Maldita sea su estampa, canallas traidores!

Si alguna vez se les ocurre esto a ustedes (o a mi mismo) recordemos la frase de Churchill que abre la entrada, no evitará la injusticia, pero consolará el alma.

2 comentarios:

Leónidas Kowalski de Arimatea dijo...

Es curioso que me encuentre esta entrada hoy aquí, muy curioso. Es una de esas coincidencias raras que, de no ser por mi gusto por lo racional, consideraría una muestra de telepatía. Me explico:

Hace cuatro o cinco días, querido Rocket, estaba pensando en lo poco que sé de usted, e intenté imaginarme cómo sería en lo profesional. Lo primero que se me ocurrió (perdóneme) es que debía de ser usted un trepa de cuidado. Incluso fue justamente esa la palabra que me vino a mi cabeza de chorlito: "trepa".

Ahora podría dejar esto así y esperar su respuesta, que presumo algo airada aunque comedida como siempre. Pero no, debo confesarle que seguí meditando sobre usted y juzgando su actitud profesional mediante el impreciso método de rememorar algunos de sus escritos. Entonces llegué a la conclusión de que esa escoba que parece tener metida en el orto no es porque sea un puto trepa, sino por pundonor (que es otra cosa bien distinta, carajo).

Ahora dejo de hablar de usted para comentarle que en nuestra profesión (y supongo que en todas las demás) sucede muchas veces que son los jefes quienes promocionan el "trepismo". Sin duda conocerá usted mil casos similares al que voy a contar, pero lo he recordado y no me lo callo:

Hace unos años, en algún lugar de Cádiz, un teniente coronel le preguntó a sus inmediatos subordinados que a qué suboficial proponían para una Cruz. Unánimemente le sugirieron un nombre. El tecol, tras hacer memoria, respondió algo así:

"Ah, ya caigo, sí. ¿Pero ese no es el que nunca viene a las barbacoas ni a las cenas? Pues nada, proponedme otro nombre".

Manda huevos...

P.S.: Es usted un tío raro, Rocket. O quizá es que yo no conozco bien a los de las estrellas, no sé.

Rocket dijo...

Estimado Leónidas,

Poco importa cómo soy yo. Y no, no voy a glosar mis virtudes o defectos porque aburriría al más paciente.

Lo que sí le diré son dos cosas:

La primera es que me esfuerzo, sí me esfuerzo mucho, en tratar de ser buen jefe, buen subordinado, buen compañero y buen amigo. Supongo que a veces lo consigo y a veces no. Créame, disto mucho de la perfección, pero trato de mantener un espíritu autocrítico que me impida creerme nada que no soy.

La segunda es que da igual cuál sea mi oficio, mi empleo o profesión. Tengo subordinados que me dan lecciones cada día de profesionalidad, paciencia (sobre todo conmigo) y buen hacer, y eso me enorgullece mucho, aunque a veces sea tan necio de no decírselo más a menudo.

Puedo ser un cachondo mental (y de hecho en el trabajo suelo serlo) o extraordinariamente serio cuando las circunstancias lo requieren (que es a menudo), pero no hago nada para impresionar y sí mucho por mejorar, aunque en ocasiones no me termine de salir.

Como dije el otro día, aprender a ser un buen hombre (o una buena mujer) es un proceso que lleva toda la vida, el que se cree que lo ha conseguido es que está lejos de conseguirlo.

¡¡Joder, ha conseguido usted que me ponga filosófico!!

Saludos,
Rocket